Siempre que volvía, sacudía mi mundo de formas en que jamás pensé que alguien podría ser capaz y en vez de aterrarme por sentir miedo de lo que sentía, más bien me emociona porque aún a pesar de los daños y el tiempo, siempre era su nombre el que seguía marcado, no sólo en mi memoria ya también en mi piel, como ese tatuaje que no nos pudimos hacer.
A ciencia cierta yo no sabía nada, no sabía si tenía a alguien más y supongo que no me importaba, pues lo que siempre me decían sus ojos era tan diferente a lo que verbalizábamos, nos amábamos pero eran pocas las veces que realmente lo lográbamos bajar a letras.
Y yo sabía que quería tener a más personas, no por lo que pudieran ser a futuro, simplemente para recordarme a ella todo el tiempo, para decirme que no nos equivocamos todas esas veces que nos juramos tantos para siempre.
Para confirmar lo que ya sabíamos, por fin la había encontrado, a quien podía entregarme sin peros sin por qué sin excusas, sin miedos.
Al fin nos habíamos encontrado, a mitad de un camino en dirección de otro, pero lo realmente triste, era que no podíamos quedarnos; nuestro tiempo no era o quizá jamás sería...
