No quiero hablar de ti, escribir y escribir sobre todo aquello que justo vivimos. Sé perfecto que, el intentar mantenerte así de cerca de mi corazón, aún es peligroso. Pero ¿sabes? Al recordar tus delineados ojos azules tan inolvidables, tu sonrisa tan grandiosa y por supuesto tu piel, blanca... Mi mente crea algo que, aunque incierto e indefinible, me llena de paz para hacerme sentir plena...
No me sorprende el fugaz paso de tu vida por la mia, ni la vertiginosa irrealidad con que se sucedierón los momentos. De hecho, lo que aprisiona mi sorpresa, por sobre todas las cosas, es la forma tan espectacular en que me robaste un suspiro y un sueño, la sutileza con que me cautivaste, y es que sé que no fue tu linaje europeo ni tu acento con chispa grave, así como tampoco fue la incontable cantidad de veces en que enaltecías mi belleza.
Aquella lluviosa noche un sortilegio inexplicable nos alcanzó tal vez fue en el segundo en que la luz se fue o cuando los rayos incandescentes decendieron hasta la playa. Llámame loca, pero quizá fue el vodka o el capuchino.
Yo no quiero saber qué sucesos tan extraños nos llevaron a vivir aquel momento, ni quiero saber si algún día te volveré a encontrar.
Quiero hablar de lo que bebimos aquella nohe, y eso, querido, te aseguro que no fue cerveza. Hablo de que la vida, tan impredecible como suele ser, nos dio a beber un poco de destino, para dejar por seguro que tantas coicidencias en una sola noche, sí pueden suceder, que el idioma no es barrera, sino pretexto. Pero sobre todo, que tú y yo y aquel micro cuento estaba decidido a suceder, sin importar qué tan de acuerdo estuvieramos.
Por todo entonces, te agradesco, por ser quién eres y seguirás siendo. Pero sobre todo, regresar a mi, eso que tenía tan olvidado, arrinconado e incluso le temía; mi fe.